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jueves 28 de marzo de 2024 - Edición Nº3659

Interés general | 5 dic 2014

Además del tratamiento integral

Dieta sana y ejercicios, claves para tener bajo control a la artritis reumatoidea

Mientras que deben evitar las grasas, las proteínas son para estos pacientes nutrientes especialmente importantes. Son fundamentales para la formación de músculos y huesos, y suministran un gran aporte de energía. Por su lado, la actividad física aumenta la sensación de bienestar y mejora la condición muscular, les permite moverse con menos molestias, sin sobre-exigir las articulaciones. 


CAPITAL FEDERAL (ANDigital) Al ser una enfermedad progresiva y crónica, la artritis reumatoidea (AR) no tiene cura hasta el momento y quienes la padecen deben aprender a convivir cotidianamente con el dolor y el malestar que generan la inflamación y el entumecimiento de sus articulaciones.

Sin embargo, es importante que los pacientes y sus familiares sepan que la clave para llevar una vida lo más normal posible es que sigan un tratamiento integral, que incluya desde psicoterapia y medicamentos de apoyo para mejorar los síntomas, hasta fisioterapia y cambios en el estilo de vida como la incorporación de actividad física regular y una dieta equilibrada y sana.

“La AR es un enfermedad crónica que requiere un tratamiento integral y multidisciplinario para lograr el objetivo principal, que es la remisión o, al menos, un estado de baja actividad en los casos en que lo primero es imposible conseguir”, aseguró la doctora Dora Pereira, jefa de la Unidad de Reumatología del Hospital Ricardo Gutiérrez de La Plata.

Durante un encuentro para pacientes organizado recientemente junto al laboratorio Roche, especificó que “las medidas básicas para alcanzar esto se basan en el control objetivo y estricto de la enfermedad y en el tratamiento medicamentoso específico”.

“Es de fundamental importancia el consenso entre el médico y el paciente, quien debe aprender a conocer su enfermedad; hacerse amigo del enemigo, y reconocer los beneficios del tratamiento bien indicado. Se trata de una patología que necesita de la atención conjunta del reumatólogo, médico clínico, terapista ocupacional, fisiatra, nutricionista, y psicólogo, entre otros profesionales”, explicitó la facultativa.

El tratamiento integral, la actividad física, un menú saludable y la contención familiar y social constituyen los pilares en los que se debe apoyar el abordaje de las personas con artritis reumatoidea.

“El tratamiento farmacológico incluye los medicamentos sintomáticos para disminuir el dolor y las drogas modificadoras de la enfermedad. Los primeros (antiinflamatorios no esteroideos y corticoides) disminuyen el dolor y la inflamación, pero no cambian el curso de la enfermedad y además hay que tener cuidado con los efectos secundarios, mientras que las segundas retrasan la evolución y deben indicarse inmediatamente al diagnóstico”, explicó Pereira.

En tanto, puntualizó que “en los últimos años, han aparecido nuevos medicamentos llamados agentes biológicos, que están dirigidos contra sustancias químicas y células del sistema inmunológico como rituximab, etanercept, adalimumab, infliximab, tocilizumab, abatacept, certolizumab,golimumab entre otros, y cuya función es disminuir los síntomas y signos de la enfermedad y retardar su progresión. Además, suelen ser bien tolerados”.

La doctora también mencionó la importancia del tratamiento rehabilitador: “Uno de los propósitos de la rehabilitación es preservar o mejorar la capacidad psicofísica y comprende ejercicios terapéuticos, terapia ocupacional y fisioterapia”.

En cuanto a la alimentación, un paciente que sigue una dieta saludable podrá mantener un peso adecuado, que prevenga un daño mayor a sus articulaciones; tolerar mejor los tratamientos; mantener la fuerza y la energía; proteger la función inmunológica y disminuir el riesgo de infecciones. Un dato a tener en cuenta es que, mientras que deben evitar las grasas, las proteínas son para estos pacientes nutrientes especialmente importantes. Son fundamentales para la formación de músculos y huesos, y suministran un gran aporte de energía.

Por su lado, la actividad física aumenta la sensación de bienestar y mejora la condición muscular, les permite moverse con menos molestias, sin sobre-exigir las articulaciones. Antes de iniciar cualquier programa de ejercicios conviene que se consulte al reumatólogo y que considere si es el momento indicado, ya que deberá evaluar el grado de inflamación de las articulaciones.

Asimismo, el tipo de actividad física elegida debe ser acorde con las articulaciones comprometidas y hay que tener en cuenta las propias limitaciones. Los ejercicios aeróbicos como caminar, andar en bicicleta o nadar, son buenos para conservar las estructuras articulares y musculares. Entre todos ellos, la natación es la mejor opción: es la más completa de las actividades y presenta una menor posibilidad de perjudicar las articulaciones.

Uno de los síntomas más asociados a la AR, e importante en la evolución de la enfermedad, es el dolor crónico. Dicho dolor presenta un impacto negativo en la psicología del paciente si éste no recibe apoyo por parte de sus seres queridos o algún tipo de tratamiento paliativo, y genera importantes reacciones emocionales capaces de potenciar el sufrimiento que lleva asociada la enfermedad.

El ser humano siente miedo frente a dolores persistentes y difíciles de controlar. Le generan enojo, frustración, impotencia y ansiedad. Es por esto que los pacientes suelen evitar las actividades que creen que pueden resultarles dolorosas, para minimizar toda situación de malestar. Así, renuncian a mucho de lo que hace su vida agradable: desde reunirse con amigos o familiares hasta practicar un deporte e, incluso, trabajar. De esta forma, sólo aumentan el impacto negativo de la enfermedad.

El dolor crónico llega a hacer que las personas se planteen el para qué y el porqué de la vida. Acostumbrarse a las sensaciones que conlleva la enfermedad, incluido el dolor, es esencial para disminuir la ansiedad, el miedo y la depresión.

En este sentido, hay que resaltar que, además de la contención de amigos y familiares, muchas veces es necesario buscar apoyo profesional. La oportunidad de recibir ayuda incrementa las posibilidades de mantener una buena calidad de vida.

“La enfermedad afecta en la vida cotidiana del paciente, algo que se nota más al comienzo. El buen funcionamiento de las relaciones familiares contribuye de forma importante a que el paciente afronte mejor su enfermedad y el tratamiento”, dijo Pereira.

Y completó: “Por lo tanto es de buena práctica establecer una red de apoyo entre la familia, amigos y el personal médico que los atiende. Se recomienda recibir la información adecuada para hacer frente a la enfermedad y de esta forma el paciente puede realizar una vida normal en el plano laboral, familiar y en su vida social”.

La AR es una enfermedad sistémica, progresiva, crónica y autoinmune, que se caracteriza por la inflamación de las articulaciones, lo que puede conducir a daño articular. Se estima que en el país afecta del 0,5 al 1 % de la población (unas 400 mil personas). Se presenta con mayor frecuencia entre los 20 y 40 años, con preponderancia en las mujeres (3 a 5 por cada hombre).

La enfermedad puede manifestarse en diferentes grados: hay casos con una evolución leve y paulatina, mientras que otros tienen un curso agresivo y pueden avanzar rápidamente. En casos graves, es posible que destruya la articulación y lleve al paciente a la discapacidad. Sin embargo, las mejoras en los tratamientos hacen que disminuya este riesgo y aumente la esperanza de vida.

Ese es el objetivo principal de las terapias disponibles en la actualidad: detener la progresión de la AR, mantenerla bajo control y reducir el dolor, la inflamación y la rigidez de las articulaciones. Es una enfermedad autoinmune .Se desconoce su causa pero ciertos factores genéticos (hereditarios) y ambientales, pueden desencadenar la enfermedad, aunque no la determinan.

Si el tratamiento no se lleva de la manera correcta, la enfermedad avanza más rápido y vuelve al paciente incapaz de afrontar tareas diarias, como ocuparse de los quehaceres domésticos, conducir automóviles o, incluso, trabajar. Después de diez años de evolución con un tratamiento inadecuado o mal llevado, menos del 10 % de los pacientes pueden trabajar o realizar tareas habituales de su vida cotidiana, y esto, a su vez, tiene un gran impacto en la vida social.

Por el contrario, si la enfermedad es tratada de manera eficaz y temprana, su progresión puede hacerse más lenta o detenerse. En estos casos, el paciente logra llevar una vida muy similar a la que tenía antes del diagnóstico. Para ello, debe visitar a su médico con regularidad y tomar los medicamentos que este le haya indicado. (ANDigital)

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