martes 16 de abril de 2024 - Edición Nº3678

Interés general | 29 ago 2018

Enfoques

Cuando la zona de confort no alcanza

La transformación es riesgo, es aceptarse con límites, es reconocer que los fracasos son parte del proceso y que el concepto de éxito es variado. El concepto de optimismo persistente.


Por la licenciada Sandra Ojman (*)
Especial para ANDigital

Solemos afirmar que el cambio, cuando adquiere un sentido, una razón de ser, se transforma en un proceso transformador.

Esto significa que cualquier proceso que iniciemos intentando hacer un cambio, si no es transformador, es sólo eso, un cambio, una alternancia, dejo esto, tomo lo otro. La transformación es mucho más que un cambio, es un propósito, un nuevo orden, un sentido distinto, una razón de ser.

Para que la transformación ocurra, debemos darnos permiso, arriesgarnos y animarnos a correr riesgos.

En el momento que dejamos la adolescencia y el colegio, empezamos a tomas decisiones, todo el tiempo. Trabajo, educación, uno u otro, ambos.

Y luego sin querer y a medida que nuevas obligaciones se nos van sumando, intentamos crear una zona de confort en la que habitar.

Una zona en la que poder estar tranquilos, que las aguas no se muevan, en lo posible. Y eso es bueno, nos da respaldo y tranquilidad en el momento de formar una pareja o crecer en familia.

Pero es posible que en algún momento empecemos a sentir que eso no nos resulta suficiente, que algo no está bien. Que hacer lo que hacemos a diario no nos deja tan cómodos como antes, que esa zona de confort ya no lo es tal.

Empezamos a sentir que nuestra actividad diaria se reduce a una serie de “hay que”. Hay que hacer tal cosa, tal otra.

En algún momento se activa una curiosidad por ver un poco más allá, por preguntarse qué hay más allá, que tengo por descubrir de mí, y de mis posibilidades.

La curiosidad y la inquietud funcionan como un motor, nos empujan a preguntarnos qué puedo hacer además de lo que ya sé y de lo que ya hago ¿Puedo hacer las cosas de modo diferente o intentar cambiar lo que hago, elegir nuevamente? ¿Qué me haría sentir mejor? ¿Qué puedo hacer para que eso suceda? ¿Cómo puedo hacer mi trabajo de forma diferente? ¿En qué se transformará lo que hoy hago?

No sólo pensar en “los trabajos del futuro”, en términos abstractos, sino llevarlo a la primera persona del singular; cómo será o cómo quiero que sea mi trabajo, mi ocupación en el futuro.

Claramente no se trata de oportunidades, sólo en ocasiones lo son, pero no es una característica excluyente. A veces, por el contrario, son las limitaciones un claro incentivo, una razón para buscar un modo de ser y hacer distinto.

A algunas personas les resulta sencillo trazar un plan y apoyados en ese plan empezar una búsqueda, necesitan una hoja de ruta.

Otras personas necesitan dejar lo que están haciendo, provocar un quiebre, y con la cabeza en “blanco”, iniciar un camino.

No importa cuál es su estilo, puede ser alguno de estos u otros, lo que es común a ambos, es que se animan a intentarlo, a recorrer un camino distinto.

Las actitudes muy autocríticas no se llevan muy bien con estos procesos disruptivos, porque son tan exigentes y determinan tantos resguardos, que tornan este proceso en un compartimiento estanco, paralizado por la imposibilidad de llegar rápido a los resultados perfectos.

La transformación es riesgo, es aceptarse con límites, es reconocer que los fracasos son parte del proceso y que el concepto de éxito es variado.

Tengamos presente que un proceso de cambio y transformación es un camino, no es un destino en sí mismo y como tal tendrá altos y bajos.

Pero como tampoco podemos solo nutrirnos de situaciones frustrantes, una ayuda en ese sentido es fijarnos etapas de desarrollo cortas y alcanzables. Crear nuestro MVP, mínimo producto viable, que es un concepto muy rico, que viene del mundo tecnológico, pero que aplicado a un proceso individual o psicológico adquiere un sentido distinto: Creemos en fases nuestro proyecto de transformación mínimo y viable, que nos de sentido a continuar, que nos permita ponerlo a prueba, que nos permita iterar.

Si sólo nos fijamos metas de largo alcance y de perfección absoluta, solo podremos cosechar decepciones. Porque cada escollo, cada codo del camino lo viviremos como a todo o nada. Y lo que es así de absoluto es intimidante, paralizante y frustrante.

En este camino, deberemos apelar a nuestras fortalezas, soportar incertidumbre, amigarnos con los temores, asociar a la ansiedad y en definitiva aceptar que todo lo nuevo desconcierta.

Me gusta pensar en el concepto de OPTIMISMO PERSISTENTE, que nos ayude a mirar el medio vaso lleno.

Otro aspecto no menos importante es que este camino, proyecto y cambio lo podemos querer y desear, pero les recomiendo especialmente no aferrarse. Porque siempre ser flexibles da un plus.

Porque al aferrarnos dejamos pasar oportunidades nuevas, dejamos de sorprendernos con nuevos hallazgos, dejamos de ver el camino.

Y en ese camino están las verdaderas oportunidades.

Busquen en la familia, en los amigos, apoyo constante, soporte emocional. Ellos muchas veces ven en nosotros habilidades y fortalezas que nosotros no vemos con tanta claridad.

La confianza de ese cinturón de afectos puede hacer la diferencia.

Y la perseverancia es el 90 % del éxito. Thomas Edison decía: “la forma más segura de tener éxito es intentarlo una vez más”.

No dejar la formación de lado, en los emprendimientos hay mucho que estudiar. Quizás de manera no formal, pero ser emprendedor sin ser aprendedor es casi imposible.

Además de darnos conocimiento, nos da seguridad, nos permite saber qué queremos lograr.

No hay edad para esto, por eso siempre uso una pregunta invitándote a pensar: ¿Qué te gustaría ser cuando seas grande?

 

(*) Psicóloga – fundadora de Consulta Online

OPINÁ, DEJÁ TU COMENTARIO:
Más Noticias

NEWSLETTER

Suscríbase a nuestro boletín de noticias