viernes 29 de marzo de 2024 - Edición Nº3660

Interés general | 16 nov 2020

Novedades editoriales

Adelanto de “La ciudad de vapor”, obra póstuma de Carlos Ruiz Zafón

El escritor español más leído en todo el mundo después de Miguel de Cervantes dejó una serie de relatos inéditos hasta hoy. Este martes llega a las librerías una nueva obra que profundiza en su universo literario. En la nota, uno de los cuentos completo.


CIUDAD DE BUENOS AIRES (ANDigital) Además de la tetralogía de El Cementerio de los Libros Olvidados, Carlos Ruiz Zafón escribió once relatos -cuatro de ellos inéditos hasta hoy, y el resto de difícil acceso- que se entrelazan para proyectar el eco de los personajes y los motivos de sus grandes novelas.

Con La Ciudad de Vapor, Ruiz Zafón quería reconocer la fidelidad de sus lectores ofreciéndoles una nueva obra que profundiza en su universo literario.

Como los grandes escritores no se van nunca, nos aguarda en cualquier rincón de sus novelas. Ahora también caminaremos con él mediante este libro que publica Editoria Planeta el martes 17 de noviembre.

En esa misma fecha se empezará a distribuir en América Latina y también estará disponible en catalán bajo el sello Columna Edicions (Grup 62). Proximamente, La Ciudad de Vapor también se podrá leer en más de 50 idiomas, en todos aquellos países donde se han publicado los anteriores libros de Carlos Ruiz Zafón.

El autor

Carlos Ruiz Zafón (Barcelona, 1964-Los Angeles, 2020) es uno de los autores más reconocidos de la literatura internacional de nuestros días y el escritor español más leído en todo el mundo después de Miguel de Cervantes. Sus obras han sido traducidas a más de cincuenta idiomas.

En 1993 se da a conocer con El Príncipe de la Niebla, que forma, con El Palacio de la Medianoche y Las Luces de Septiembre, la Trilogía de la Niebla. En 1998 llega Marina. En 2001 publica La Sombra del Viento, la primera novela de la saga de El Cementerio de los Libros Olvidados, que incluye El Juego del Ángel, El Prisionero del Cielo y El Laberinto de los Espíritus, un universo literario que se ha convertido en uno de los grandes fenómenos de las letras contemporáneas en los cinco continentes.

ADELANTO

La mujer de vapor

Nunca se lo confesé a nadie, pero conseguí el piso de puro milagro. Laura, que tenía besar de tango, trabajaba de secretaria para el administrador de fincas del primero segunda. La conocí una noche de julio en que el cielo ardía de vapor y desesperación. Yo dormía a la intemperie, en un banco de la plaza, cuando me despertó el roce de unos labios. «¿Necesitas un sitio para quedarte?» Laura me condujo hasta el portal. El edificio era uno de esos mausoleos verticales que embrujan la ciudad vieja, un laberinto de gárgolas y remiendos sobre cuyo atrio se leía 1866. La seguí escaleras arriba, casi a tientas. A nuestro paso, el edificio crujía como los barcos viejos. Laura no me preguntó por nóminas ni referencias. Mejor, porque en la cárcel no te dan ni unas ni otras. El ático era del tamaño de mi celda, una estancia suspendida en la tundra de tejados. «Me lo quedo», dije. A decir verdad, después de tres años en prisión, había perdido el sentido del olfato, y lo de las voces que transpiraban por los muros no era novedad. Laura subía casi todas las noches. Su piel fría y su aliento de niebla eran lo único que no quemaba de aquel verano infernal. Al amanecer, Laura se perdía escaleras abajo, en silencio. Durante el día yo aprovechaba para dormitar. Los vecinos de la escalera tenían esa amabilidad mansa que confiere la miseria. Conté seis familias, todas con niños y viejos que olían a hollín y a tierra removida. Mi favorito era don Florián, que vivía justo debajo y pintaba muñecas por encargo. Pasé semanas sin salir del edificio. Las arañas trazaban arabescos en mi puerta. Doña Luisa, la del tercero, siempre me subía algo de comer. Don Florián me prestaba revistas viejas y me retaba a partidas de dominó. Los críos de la escalera me invitaban a jugar al escondite. Por primera vez en mi vida me sentía bienvenido, casi querido. A medianoche, Laura traía sus diecinueve años envueltos en seda blanca y se dejaba hacer como si fuera la última vez. La amaba hasta el alba, saciándome en su cuerpo de cuanto la vida me había robado. Luego yo soñaba en blanco y negro, como los perros y los malditos. Incluso a los despojos de la vida como yo se les concede un asomo de felicidad en este mundo. Aquel verano fue el mío. Cuando llegaron los del ayuntamiento a finales de agosto los tomé por policías. El ingeniero de derribos me dijo que él no tenía nada contra los okupas, pero que, sintiéndolo mucho, iban a dinamitar el edificio. «Debe de haber un error», dije. Todos los capítulos de mi vida empiezan con esa frase. Corrí escaleras abajo hasta el despacho del administrador de fincas para buscar a Laura. Cuanto había era una percha y medio palmo de polvo. Subí a casa de don Florián. Cincuenta muñecas sin ojos se pudrían en las tinieblas. Recorrí el edificio en busca de algún vecino. Pasillos de silencio se apilaban debajo de escombros. «Esta finca está clausurada desde 1939, joven —me informó el ingeniero—. La bomba que mató a los ocupantes dañó la estructura sin remedio.» Tuvimos unas palabras. Creo que lo empujé escaleras abajo. Esta vez, el juez se despachó a gusto. Los antiguos compañeros me habían guardado la litera: «Total, siempre vuelves.» Hernán, el de la biblioteca, me encontró el recorte con la noticia del bombardeo. En la foto, los cuerpos están alineados en cajas de pino, desfigurados por la metralla pero reconocibles. Un sudario de sangre se esparce sobre los adoquines. Laura viste de blanco, las manos sobre el pecho abierto. Han pasado ya dos años, pero en la cárcel se vive o se muere de recuerdos. Los guardias de la prisión se creen muy listos, pero ella sabe burlar los controles. A medianoche, sus labios me despiertan. Me trae recuerdos de don Florián y los demás. «Me querrás siempre, ¿verdad?», pregunta mi Laura. Y yo le digo que sí.

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