La verdad y la mentira, lo real y lo aparente en un mundo mediatizado
¿Somos capaces de conocer la realidad? ¿Podemos reconocer que la realidad que se nos presenta no es tal? ¿Qué es real y qué aparenta serlo?
- Escrito por Gerónimo Tutino
En la actualidad –atravesada por la tecnología, la dominación, la cooperación y la apariencia– nos vemos inmersos en una red infinita de relaciones que nunca para de reproducir información, la cual es direccionada hacia individuos que la consumen para determinados fines. Ahora bien, toda esta información no viene a ser más que una manera de describir, de garantizar una “verdad” de la realidad, ya que si ese circulante no tuviera precisamente un fundamento real, no tendríamos la necesidad de adquirirla. ¿Somos realmente conscientes de lo que adquirimos con la etiqueta de “información verdadera”? ¿Solemos preguntarnos si lo que sabemos, adquirimos, entendemos en materia de información resulta verdadero? ¿Somos capaces de obtener una información verdadera de la realidad? ¿Existe algún conocimiento o información real de las cosas? ¿Podemos conocer las cosas como son en sí mismas, la realidad en sí misma? ¿Nos es permitido conocerla tal como es?
Una de las concepciones filosóficas que más impacto tuvo en la historia es la de un prusiano del siglo XVIII que cambió radicalmente la manera de ver y comprender la realidad, y su nombre es Imannuel Kant. En su libro más conocido, la “Crítica de la Razón Pura”, Kant intenta responder a las siguientes preguntas: ¿Cómo funciona el conocimiento del ser humano? ¿De qué manera conocemos? ¿Mediante qué mecanismos lo hacemos? ¿Modificamos la realidad al conocer u obtenemos algo que le es completamente fiel a lo que “conocemos”? Sintetizar su explicación no es una tarea sencilla, pero aquí va un burdo intento.
Kant va a realizar el siguiente análisis: cuando pensamos en el conocimiento de las cosas, estamos hablando de dos agentes que cooperan en una operación, un sujeto y un objeto. El sujeto conoce objetos; es decir, el ser humano conoce cosas. Pero este sujeto no es capaz de conocer las cosas como son en sí mismas, porque al ser un sujeto con la capacidad de conocer, o bien de albergar conocimiento, ya le es intrínseca “una capacidad determinada” sin la cual no podría conocer. Conoce las cosas en tanto se le presentan y las recibe de una determinada manera. Si hace esto, conocerlas desde una posición, desde un lugar como sujeto humano, entonces no las conoce tal cual son sino cómo él es capaz de conocerlas, tal y como le son concebidas. Las cosas en sí son inaccesibles, no puedo conocerlas, porque en cuanto las conozco ya están en mí, afectadas por mi subjetividad; las cosas son para mí tal cual “se me aparecen”, no tal cual son; por tanto no conocemos las cosas en sí sino que conocemos lo que se me aparece de ellas, sus fenómenos –el origen etimológico de la palabra 'fenómeno' remite a lo que se aparece, lo que está a la luz–. Lo que yo conozco, va a decir Kant, no es más que una construcción que hago entre lo que está dado (el/los objeto/s) y lo que yo (el sujeto) pongo (mi entendimiento, mi facultad de razonar) para conocer lo dado, porque si pongo algo con qué conocer, no es la realidad en sí misma lo que conozco sino una construcción subjetiva de ella.
Sin la teoría del conocimiento kantiana no podríamos entender toda la filosofía posterior, y su contribución no sólo obtiene valor en el campo de estudio de la filosofía, sino en la vida misma. De la teoría de Kant podemos hacer un desfase y distinguir entre dos diferentes aspectos que resaltamos cuando obtenemos algún tipo de conocimiento o información: lo real y lo aparente. Está, por un lado, lo real, aquello que resulta incognoscible o inabarcable, o bien imposible de captar ya que antes está lo aparente, aquello que parece ser real, pero que en el fondo no resulta ser más que mera apariencia de la realidad.
¿Cómo distinguir lo real de lo aparente? ¿Somos capaces de hacerlo? Lo que consumo todos los días, ¿es información sobre la realidad o está de alguna manera “sesgada”? Y si así fuera, ¿cómo puedo hacer que esa información llegue a mí con la menor subjetividad posible? Y si así fuera nuevamente, ¿no podría considerarse valedero o incluso “sano” al menos dudar de ello? ¿Por qué, aún así, seguimos repitiendo lo que inicialmente se nos presenta, lo que se nos aparece como verdadero, sin preguntarnos acerca de la posibilidad de que ésta tuviera más esencia de apariencia, de mentira, que de verdad? ¿Vivo sumergido en la apariencia y por lo tanto no me conozco ni siquiera a mí mismo, o soy un fiel buscador de la verdad, de mi verdad, de la que soy capaz de obtener mediante mis propias capacidades? Y, si la realidad es al fin y al cabo una construcción, como dice Kant, entonces: ¿He construido hasta el momento mi propia realidad, o me ha le han presentado ya edificada?
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